Los ancianos están cada vez más aislados y solos, con deseos de compartir
lo que saben, pero sus interlocutores se han evadido de este mundo, nosotros,
los otros, quienes nos hemos despersonalizado inmersos y absortos en los medios
digitales.
El pasado domingo fue un día atípico porque conversé por separado y en
lugares distintos con tres personas de más de 80 años de edad. Me platicaron de
sus recuerdos, de sus preocupaciones, de cómo ven el mundo y de qué esperan de
sus seres queridos.
A su manera cada quien está viviendo su vejez, su punto en común: gozan
de una claridad de pensamiento envidiable. Saben que no les queda mucho tiempo
de vida, pero dicen que no les preocupa en qué momento les habrá de sorprender
la muerte, porque bien o mal ya vivieron, y eso nadie se los quita.
Les pregunto sobre diversos temas y no sólo me responden sino que
abundan en sus ejemplos, se explayan en consejos y quieren seguir contando para
enriquecer con sus vivencias la vida de los demás.
Mientras los observo, me parece que con cada pasaje que me narran se les
remarcan más las arrugas como si cada una de ellas reafirmara lo que en
palabras me transmiten.
Concluyo que quieren hablar, quieren compartir… son como caminantes que
retornan de un largo viaje, y no quieren partir sin antes haber compartido esas
experiencias: lo que son, lo que saben, lo que han aprendido; y creen
fervientemente que eso les va a servir a los más jóvenes.
Mientras converso con ellos me congratulo que los tres son afortunados
porque sus familias los han arropado y tienen sus necesidades básicas
cubiertas.
A dos de ellos les pregunto por qué me cuentan tantas cosas en tan poco
tiempo y vaya sorpresa con la que me topo. El primero, con nula formación
académica, pero gran sentido común, me dice: “es para mantener activo el
cerebro, eso lo vi alguna vez en la televisión”. Otra de ellas me responde: “pues como no le
voy a contar, entonces para qué me pregunta. ¿O no?”.
A veces olvidamos que los ancianos tienen una visión distinta de la vida,
porque saben que ya les queda menos tiempo disponible y que aquello que hoy dejen
de hacer, tal vez no haya mañana para alcanzarlo.
Olvidamos también que hemos aislado a los ancianos en un mundo que
compartimos alguna vez con ellos, donde las personas se decían las cosas
mirándose a los ojos y se escuchaba con atención.
A este mundo franqueado por muros de bytes y cada vez más sumido en
índices incontrolables de violencia que nos marginan de muchas cosas, bien
valdría la pena recordarle que hay muchos ancianos dispuestos a compartir lo
que saben y de esta manera completar su calidad de vida y, por qué no, preparar su camino para morir en
paz. ¿Por qué no enriquecernos con sus historias y darles mucho con nuestra
presencia?
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